Queridas Curvies, llego del gimnasio a casa en estado de shock.
No por el ejercicio realizado, si no por el comentario que he oido en los vestuarios.
Os cuento. Pues allí estaba yo, enfrente de mi taquilla tratando de embutirme en unas mallas del Decathlon con un poco de faja para la barriga cervecera… que parecía una morcilla de burgos (uuuummmmm riquísima) con calambres… vosotras me entendéis.
Cuando de repente una chica que parecía una Barbie…
… como ésta, con su cinta en el pelo y todo, salta mirándose al espejo: «¡Cada día estoy más gorda!»
¡Perdonaaaaaaaaaaaaaa! grita mi mente, entonces ¿yo que soy? Barbie piraña o qué.
Tengo que retener mi cuerpo para no golpearla con una chuleta de kilo y medio en toda la cara.
Reflexiono lo mal que están repartidas las neuronas en el mundo y continuo con mi ardua labor de encajar en las malditas mallas reductoras del infierno (sin acritud ¡eeeeh!). Lo consigo y me dirijo feliz, sin complejos y sin respiración a mi clase de zumba. Paso enfrente del espejo y ¡surprise!, yo también me veo gordi. ¿Estará estropeado?
Y con esta pregunta que lanzo al aire, solo me queda despedirme de vosotras, mis queridas Curvies hasta mi próxima aventura o desventura. ¡Arriba la pestaña!